Hoy 13 de febrero se cumple un año del momento en el que recibí una llamada que hizo que, por primera vez en mi vida, me desplomara en el suelo.
Me he preguntado muchas veces ¿desde dónde se escribe? Desde el reverso luminoso de la vida, después haber procesado el dolor y la angustia. O se escribe desde las entrañas, traspasando la oscuridad vivida a quien se atreva a compartirla.
Yo escribo desde la posibilidad. Porque durante un año completo fui incapaz de hacer nada más que navegar la neblina mental que me generó perder a mi Papá. Y me río de la palabra “perder”, porque más que una perdida fue un cambio de estado. Pasé de relacionarme con su presencia a relacionarme con su ausencia.
El duelo es un estado de pausa. Es cómo aprender a vivir de nuevo, cuando por dentro todo ha cambiado de lugar. Es tener siempre la energía vital al 30 por ciento y una sensación de que la gravedad se ha vuelto más fuerte en el centro del pecho.
Ha sido el año más difícil de todos, lloré todos los días. Pero también ha sido el año de aprender, como una manera de sobrevivir, dónde poner mi mirada.
Y dentro de esta frase cabe un tratado entero de filosofía: elegir qué cosas tienen mi atención y que cosas no, ha sido un trabajo minucioso y delicado.
A veces me ha resultado más fácil, a veces casi imposible.
He tenido mucha ayuda. Sobre todo he contado con el inmenso privilegio de estar rodeada de personas que han sabido acompañarme y darme espacio para ser errática y repetitiva. Porque el dolor, cuando es profundo y requiere de tiempo y perspectiva, afecta al cuerpo, a la mente y nos convierte en fantasmas habitando las sombras de nuestra propia vida.
Así que allí estuvo el foco. En aferrarme al cariño y a la empatía que me brindaron. En poner la mirada en mi cuerpo y en las cosas que me hicieron sentir bien. En intentar gestionar aquellas que me hicieron mucho daño y pusieron más peso del que debería haber tenido. Sin ignorarlas, pero dándole su lugar.
Todos los días me hice una pregunta que me regaló una gran amiga: ¿Dónde pones tu energía? ¿Dónde eliges poner la mirada? Y la respuesta no siempre estuvo en lo “bueno”, a veces hizo falta mirar de manera honesta a lugares llenos de oscuridad.
Bailé, lloré, viajé, extrañé, agradecí, me enfadé, volví a llorar, visite a mis amigas y me hice bola en mi cama sin poder levantarme. Me reconcilié (un poco) con la perdida del control y entendí que mi cuerpo necesitaba pasar por todas estas cosas y que debía dejar de resistirme.
Así que, si tuviera que pasar toda esta experiencia por un tamiz imaginario que me permita quedarme con solo una cosa, esa cosa sería: mi mirada. Entendí que hay un gran tesoro en la habilidad de poner la mirada en aquello que puede transformarnos. Esto no es un acto de voluntad y requiere trabajo y constancia. Pero, si este año tan difícil, he sido capaz de encontrar tanto amor y tantos regalos en forma de conversaciones, islas, libros, canciones, abrazos y miradas, cómo no comprometerme a seguir preguntándome cada día: ¿cómo miro el mundo?, y ¿qué dice eso de la persona que soy?
Cuánto me identifico -tanto-con esto que nos cuentas. Cuánta sanción y generosidad en el compartir y qué alegría grande tenerte por aquí.
Un abrazo grande, O.
qué lindo poder acompañar tus auto-exploraciones através de estas cartas ♡
gracias Ori por compartir tanto, siempre.