¿Por qué nos vemos extrañas en nuestras fotografías?
El autorretrato y nuestra auto-percepción
Nunca he visto una reacción tan rápida como la que tiene alguien cuando le hago un retrato y se lo muestro. Solo tarda dos segundos en decidir si le gusta o no (alerta de spoiler: la mayoría de las veces gana el no). También sucede cuando nos toman una foto por sorpresa con una expresión con la que no estamos acostumbradas a vernos. Más de una vez he comprobado el abismo entre mi percepción de la belleza de un retrato natural y espontáneo hecho a alguien y la manera en que esa persona se veía.
Y esto me hace preguntarme, ¿por qué somos tan duras con nuestra imagen?
Puede que exista más de una respuesta a esa pregunta.
Nunca nos vemos como nos ven los demás
Cuando nos vemos en una foto, nos enfrentamos a un fenómeno que no solo está relacionado con cómo percibimos nuestro cuerpo, sino también con la manera en la que nuestro cerebro procesa las imágenes. Estamos acostumbradas a vernos en el espejo, que nos devuelve una imagen invertida de nosotras mismas y en la que tendemos, de forma inconsciente, a colocarnos en las poses en las que nos vemos mejor.
Entonces, cuando nos vemos en una fotografía, estamos viendo nuevas formas de nosotras mismas, vistas desde otro ángulo, sin el filtro de nuestra postura habitual. Lo que en el espejo nos parece familiar, en la foto nos resulta extraño. Y esa extrañeza puede generar una sensación de desconcierto o incluso incomodidad. Este fenómeno está relacionado con la falta de familiaridad: las fotos nos muestran la imagen tal como nos ven los demás, no como nosotros nos vemos a nosotras mismas.
El efecto de la exposición y la presión social
Otro factor que juega un papel crucial en nuestra reacción ante nuestras fotos es el llamado efecto de mera exposición. Este concepto psicológico establece que cuanto más estamos expuestos a algo, más nos gusta. Pero con nuestras fotos ocurre lo contrario: no estamos familiarizados con esa imagen estática, que no se mueve como lo hace nuestro reflejo, que congela una mueca o una postura. Esa falta de familiaridad nos distancia.
Además, en la era digital, estamos constantemente expuestas a imágenes de otras personas, generalmente curadas y cuidadosamente editadas para mostrar lo mejor de ellas. Las redes sociales son un campo fértil para esto, donde las fotos tienden a ser filtradas, corregidas y modificadas para cumplir con un estándar de belleza muchas veces irreal. Al compararnos con esas imágenes, nuestra propia imagen, sin esos retoques ni filtros, puede parecer menos atractiva o imperfecta. Esto crea una desconexión entre lo que realmente somos y lo que pensamos que deberíamos ser.
No deja de ser una extraña realidad el hecho de que yo vea mucho menos de mí misma de lo que ve el resto de la gente. Puedo bajar la mirada y ver mis dedos tecleando en el ordenador. Puedo observar mis zapatos, los detalles del puño de mi camisa, mirarme las piernas mientras estoy sentada y fijarme cómo me quedan un par de medias nuevas, pero si quiero verme de cuerpo entero el único lugar donde puedo hacerlo es ante el espejo. Sólo entonces veo mi cuerpo como lo ven los demás. Pero, ¿la imagen que me devuelve el espejo es la que me representa realmente como persona dentro de este mundo? Esa mujer que se echa un rápido vistazo, que comprueba que no le haya quedado ningún resto de perejil entre los incisivos para no tener los dientes verdes al sonreír, que se acerca al espejo para mirarse las últimas arrugas recién descubiertas o las manchas rojas que a veces le aparecen en el rostro, un rostro que últimamente parece envejecer con demasiada rapidez, ¿es ella una imagen aproximada de lo que los demás ven?
Siri Hustvedt
Dos cosas que me han ayudado en la relación con mi propia imagen
1. Mirarme (más) en el espejo
Desde hace dos años, voy a clases de baile en un gimnasio que queda cerca de mi casa. La sala donde se realizan las clases está llena de espejos de cuerpo completo. La relación con mi cuerpo ha cambiado radicalmente a partir de ese espacio, porque esos espejos me obligan a ver mi cuerpo en muchas posiciones y durante un periodo de tiempo largo.
Al principio, la presencia constante de mi reflejo me incomodaba. Cada movimiento que hacía era una oportunidad para juzgarme, para criticarme por algo que no me parecía bien. Pero la repetición hizo que me resultara familiar la persona que veía bailando a través del espejo y comenzara a tratarla con más cariño y amabilidad.
2. Utilizar el autorretrato como una herramienta
Una de las prácticas que más ha transformado mi relación con mi imagen ha sido el autorretrato.
A través del autorretrato, descubrí que la fotografía no tiene que ser un acto de juicio. No se trata de hacer una foto perfecta ni de cumplir con expectativas ajenas. Se trata de observarme a mí misma sin filtros ni máscaras, de capturar momentos fugaces que normalmente no vería: cuando estoy cansada, cuando sonrío sin querer, cuando estoy en silencio, o cuando simplemente me detengo a mirarme en el espejo.
Lo que más me sorprendió de este proceso fue darme cuenta de que el autorretrato, lejos de distorsionar mi imagen, me ha permitido conocerme mejor. Cada foto es como una especie de conversación conmigo misma. A través de ellas, no solo me veo de manera más profunda, sino que empiezo a aceptar partes de mí que antes juzgaba con mucha dureza. Lo que antes me parecía un ejercicio de autocensura, se ha transformado en un acto liberador. He aprendido a tomarme fotos no para “mostrarme” de una manera que me gustaría, sino para verme, con honestidad, con compasión. Y eso ha cambiado por completo la manera en la que me relaciono con mi imagen.
Con esto no quiero decir que lo que me sirvió a mí tenga que ser para ti también; la relación con nuestra imagen está llena de muchas complejidades y cada una tiene su propio camino. Lo que he aprendido es que no hay una única forma correcta de vernos ni de aceptarnos; lo importante es encontrar las herramientas que nos ayuden a conectar con nosotras mismas de una manera genuina. La fotografía, el autorretrato, el espejo o cualquier otra forma de exploración visual son solo algunas de las muchas maneras de empezar a tratarnos con más amabilidad y menos juicio. Cada paso que damos en este proceso es válido, y, aunque los métodos puedan ser diferentes, el objetivo sigue siendo el mismo: reconocernos, aceptarnos y aprender a disfrutar de todas las versiones de nosotras mismas que encontramos a lo largo del camino.
Qué buena reflexión.
Yo hice un ejercicio que se volvió transformador en la relación conmigo misma y fue con el video. Lo hice en una época en que necesitaba hablar muchas cosas que no me atrevía a contarle a nadie. Empecé a grabarme y soltaba todo sin importar la duración y, detalle clave, mirando a la cámara directamente. Luego me sentaba a mirarme y escucharme y se daba el efecto de "mirarnos a los ojos". Vi gestos que decían la verdad cuando en palabras negaba mi dolor o mis miedos. Ví muchas cosas reveladoras, bonitas. Fue hermoso y nos permite esa libertad que no tenemos con el espejo, podemos mirarnos mientras la que está al otro lado se expresa libremente.